No més complicitats amb Isrel

dissabte, 30 d’agost del 2014

Dia 12: Mi día a día

“Soy palestino nacido en Belén el año 1975 y actualmente trabajo en Jerusalén. Cada día me tengo que levantar a las cuatro de la mañana para entrar a las ocho al trabajo. Tengo una familia la cual casi no veo nunca. Mi día a día es simple pero a la vez complicado. A las cuatro salgo de casa y me dirijo al checkpoint 300 donde me encuentro con todos mis amigos y hacemos cola juntos. Antes de que los israelíes se inventaran esto del checkpoint desde mi casa a Jerusalén solo tardaba media hora, como mucho. Hoy en día no podemos pasar si no somos de Israel o pertenecemos a los palestinos del 48. Por eso yo tuve que hacerme un permiso de trabajo que justifica que mi entrada a Jerusalén es por trabajo.
Pasamos de media una hora haciendo cola hasta que llegamos a una puerta donde hay un soldado que casi siempre juega al móvil pero a la vez tiene su arma controlada para causar temor a los palestinos, seguimos andando pasando por otra puerta y llegamos a lo que parece una terminal de un aeropuerto. Ocho diferentes puertas para pasar las cuales seis están cerradas y provocan que la cola de palestinos sea mas y mas larga. Normalmente ahí hay dos o tres soldados dentro de una cabina para no mantener contacto con nosotros y mostrar que ellos tienen el poder pidiendonos el permiso y que marquemos en una maquina nuestra huella de dactilar. Al pasar esta puerta sales al exterior y ya estas en Jerusalén.
Cada día cruzo este checkpoint y hay días que me paran y me interrogan sin razón, se ríen en mi cara, nos cierran la puerta a la cara para que no podamos pasar y así llegar tarde al trabajo, nos complican nuestro día a día.
Para los soldados de Israel el checkpoint es como un juego, pero para mi este checkpoint pone en juego mi trabajo.”
“Tengo 6 años, soy niña y provengo de una familia ortodoxa. Mi día a día es bastante igual. Vamos a rezar a nuestro sitio sagrado, el Muro de las Lamentaciones, mínimo tres veces al día. A las 8 de la mañana, a las 3 de la tarde y a las 7 de la noche. Durante el tiempo que no estamos rezando salimos a pasear por la calle, juego con mis amigos, comemos o estamos en casa con familia. Este es nuestro día. No vemos la televisión porque no tenemos, no leemos el diario ni vamos a la escuela. Si mirarais a mis amigos por detrás os seria difícil diferenciarlos ya que todos parecen el mismo. La cabeza rapada con dos tirabuzones al lado de las orejas, con un kippa en la cabeza, con una camisa blanca y con pantalón y zapatos negros.
Hoy como cada día nos levantamos a las 7 de la mañana y nos dirigimos hacia el muro. Ahí nos separamos entre hombres y mujeres porque el rezo se realiza de manera separada.
Mi madre se sienta en una silla delante de todo el muro con el libro entre manos y empieza a rezar. Mi hermana se queda de pie y reza moviéndose hacia delante y hacia detrás, como si estuviese subida a un columpio. Yo me siento en otra silla y leo el libro mientras de vez en cuando levanto la cabeza para ver toda la otra gente. Cuando terminamos le damos un beso al muro y nos vamos andando de frente al muro ya que no le podemos dar nunca la espalda.
Nos reunimos de nuevo con toda la familia y nos dirigimos hacia casa de nuevo. De camino nos encontramos a unos occidentales y como siempre mi familia baja la cabeza o crea un muro con una bolsa entre ellos y nosotros. Para nosotros, desde el punto de vista de nuestra religión la gente occidental es un pecado por la manera de vestir y pensar.
Al llegar a casa comemos, paseamos un poco y al cabo de nada nos volvemos a dirigir hacia nuestro sitio sagrado. Esto día tras día.”
“Tengo 45 años y hace 20 que vivo en Jerusalén. Nací y me críe en Nueva York, pero me casé con un palestino y decidimos mudarnos aquí. Mi familia es musulmana, y yo me volví aun más religiosa al mudarme a la ciudad. No entiendo porqué tiene que ser tan difícil para nosotros ir a rezar a el tercer sitio más sagrado del mundo. Los judíos pueden ir al Muro de las Lamentaciones, los cristianso al Santo Sepulcro y nosotros nos enfrentamos con tres checkpoints cada vez que queremos venir a la mezquita. Nunca sabemos si nos dejarán pasar o no, a veces hacemos cola durante tres horas para nada. Hoy están un poco más relajados ya que la masacre en Gaza parece que ha acabado, pero aún así pasamos momentos muy tensos. Hace un año que los colonos más extremistas vienen a visitar nuestra mezquita. Aunque sus rabinos lo prohiben, vienen a provocarnos. Encima cuando llegan estan rodeados del doble de soldados, del número que son ellos. Con mis amigas y nuestros maridos gritamos “Alá es grande” y los seguimos alrededor de todo su recorrido.
¿Cuando nos dejarán en paz? ¿Cuando podremos llevar a cabo nuestro día a día sin confrontación?”
“Soy rabino desde hace más de 30 años. Amo a nuestra Tierra Santa que nos pertenece a los judíos desde hace más de 2.000 años. Me duele ver como parte de mi gente, los judíos, podemos a veces caer tan bajo hasta el punto de maltratar a los palestinos, pero estoy convencido de nuestro derecho divino de estar en nuestra tierra. Soy rabino, y lucho para que se acaben las violaciones contra los derechos humanos, para que algún día podamos vivir en el Estado de Israel los israelís y palestinos juntos y en paz.”
Catrin y Guillem

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