“Soy palestino nacido
en Belén el año 1975 y actualmente trabajo en Jerusalén. Cada día
me tengo que levantar a las cuatro de la mañana para entrar a las
ocho al trabajo. Tengo una familia la cual casi no veo nunca. Mi día
a día es simple pero a la vez complicado. A las cuatro salgo de casa
y me dirijo al checkpoint 300 donde me encuentro con todos mis amigos
y hacemos cola juntos. Antes de que los israelíes se inventaran esto
del checkpoint desde mi casa a Jerusalén solo tardaba media hora,
como mucho. Hoy en día no podemos pasar si no somos de Israel o
pertenecemos a los palestinos del 48. Por eso yo tuve que hacerme un
permiso de trabajo que justifica que mi entrada a Jerusalén es por
trabajo.
Pasamos de media una
hora haciendo cola hasta que llegamos a una puerta donde hay un
soldado que casi siempre juega al móvil pero a la vez tiene su arma
controlada para causar temor a los palestinos, seguimos andando
pasando por otra puerta y llegamos a lo que parece una terminal de un
aeropuerto. Ocho diferentes puertas para pasar las cuales seis están
cerradas y provocan que la cola de palestinos sea mas y mas larga.
Normalmente ahí hay dos o tres soldados dentro de una cabina para no
mantener contacto con nosotros y mostrar que ellos tienen el poder
pidiendonos el permiso y que marquemos en una maquina nuestra huella
de dactilar. Al pasar esta puerta sales al exterior y ya estas en
Jerusalén.
Cada día cruzo este
checkpoint y hay días que me paran y me interrogan sin razón, se
ríen en mi cara, nos cierran la puerta a la cara para que no podamos
pasar y así llegar tarde al trabajo, nos complican nuestro día a
día.
Para los soldados de
Israel el checkpoint es como un juego, pero para mi este checkpoint
pone en juego mi trabajo.”
“Tengo 6 años, soy
niña y provengo de una familia ortodoxa. Mi día a día es bastante
igual. Vamos a rezar a nuestro sitio sagrado, el Muro de las
Lamentaciones, mínimo tres veces al día. A las 8 de la mañana, a
las 3 de la tarde y a las 7 de la noche. Durante el tiempo que no
estamos rezando salimos a pasear por la calle, juego con mis amigos,
comemos o estamos en casa con familia. Este es nuestro día. No vemos
la televisión porque no tenemos, no leemos el diario ni vamos a la
escuela. Si mirarais a mis amigos por detrás os seria difícil
diferenciarlos ya que todos parecen el mismo. La cabeza rapada con
dos tirabuzones al lado de las orejas, con un kippa en la cabeza, con
una camisa blanca y con pantalón y zapatos negros.
Hoy como cada día nos
levantamos a las 7 de la mañana y nos dirigimos hacia el muro. Ahí
nos separamos entre hombres y mujeres porque el rezo se realiza de
manera separada.
Mi madre se sienta en
una silla delante de todo el muro con el libro entre manos y empieza
a rezar. Mi hermana se queda de pie y reza moviéndose hacia delante
y hacia detrás, como si estuviese subida a un columpio. Yo me siento
en otra silla y leo el libro mientras de vez en cuando levanto la
cabeza para ver toda la otra gente. Cuando terminamos le damos un
beso al muro y nos vamos andando de frente al muro ya que no le
podemos dar nunca la espalda.
Nos reunimos de nuevo
con toda la familia y nos dirigimos hacia casa de nuevo. De camino
nos encontramos a unos occidentales y como siempre mi familia baja la
cabeza o crea un muro con una bolsa entre ellos y nosotros. Para
nosotros, desde el punto de vista de nuestra religión la gente
occidental es un pecado por la manera de vestir y pensar.
Al llegar a casa
comemos, paseamos un poco y al cabo de nada nos volvemos a dirigir
hacia nuestro sitio sagrado. Esto día tras día.”
“Tengo 45 años y
hace 20 que vivo en Jerusalén. Nací y me críe en Nueva York, pero
me casé con un palestino y decidimos mudarnos aquí. Mi familia es
musulmana, y yo me volví aun más religiosa al mudarme a la ciudad.
No entiendo porqué tiene que ser tan difícil para nosotros ir a
rezar a el tercer sitio más sagrado del mundo. Los judíos pueden ir
al Muro de las Lamentaciones, los cristianso al Santo Sepulcro y
nosotros nos enfrentamos con tres checkpoints cada vez que queremos
venir a la mezquita. Nunca sabemos si nos dejarán pasar o no, a
veces hacemos cola durante tres horas para nada. Hoy están un poco
más relajados ya que la masacre en Gaza parece que ha acabado, pero
aún así pasamos momentos muy tensos. Hace un año que los colonos
más extremistas vienen a visitar nuestra mezquita. Aunque sus
rabinos lo prohiben, vienen a provocarnos. Encima cuando llegan estan
rodeados del doble de soldados, del número que son ellos. Con mis
amigas y nuestros maridos gritamos “Alá es grande” y los
seguimos alrededor de todo su recorrido.
¿Cuando nos dejarán
en paz? ¿Cuando podremos llevar a cabo nuestro día a día sin
confrontación?”
“Soy rabino desde
hace más de 30 años. Amo a nuestra Tierra Santa que nos pertenece a
los judíos desde hace más de 2.000 años. Me duele ver como parte
de mi gente, los judíos, podemos a veces caer tan bajo hasta el
punto de maltratar a los palestinos, pero estoy convencido de nuestro
derecho divino de estar en nuestra tierra. Soy rabino, y lucho para
que se acaben las violaciones contra los derechos humanos, para que
algún día podamos vivir en el Estado de Israel los israelís y
palestinos juntos y en paz.”
Catrin y Guillem
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